Febrero de 1939, Francia nos abandonó…
España, febrero de 1939. Había que dejar ese infierno lo antes posible. Lo recuerdo muy bien. Durante más de cinco días, no asomó el sol. Todo estaba oscuro. Del cielo cayó el fuego. Del cielo nos cayó por encima el hierro ardiente. Desde el cielo nos miraba Franco, eso lo decía yo por ser pequeñita. Nos perseguía sin cuartel. Caminábamos deprisa, vuelta la cara hacia ese cielo. Todos hablaban de fosas, de asesinatos, de desapariciones…
Los cuerpos hechos pedazos marcaban nuestro camino hacia Francia, hacia la libertad. Fueron muchos los que emprendieron el camino y después de tres días alcanzamos por fin la frontera tan deseada. Los había que iban sin rumbo fijo por el susto.
Las colas interminables daban la imagen de una población despavorida. Se oía a gente que lloraba, a niños que gritaban. Había quien dormía en el mismo suelo mojado, helado. Vi a muchos hombres con heridas abiertas que gemían, con la ropa manchada de sangre. Esperábamos. Sí recuerdo que habíamos esperado horas infinitas. Los franceses no querían acogernos. No querían aceptarnos. Habíamos dejado el infierno y nos encontrábamos con otro.
Muchos refugiados fueron llevados a un campo llamado Gurs. Otros a Argeles. Nos hacinaron en Argeles, en ese maldito campo a pesar nuestro. Allí, había unas barracas y muchas otras que estaban construyendo. No ofrecían comodidad alguna. Las playas se convirtieron en cárceles de arena. Nos tenían acorralados por la triple alambrada. Teníamos los pies mojados, helados, cubiertos de barro. El frío nos desgarraba las carnes y el viento nos secaba las lágrimas. Tuvimos que quemar las tablas de las barracas para calentarnos. Vivíamos fuera. Teníamos hambre, sí mucha hambre y nada nos dieron. Temblaba de frío más de día que de noche. De noche, papá me cubría con su abrigo. Dormía junto a él, junto a su corazón, en el calor de su cuerpo que tiritaba. Lo poco que tenía me lo daba, lo poco que conseguía de día se lo guardaba y me lo daba, y cuando comía aquel trozo de pan, él sonreía: le alegraba verme comer con ganas.
A veces, algún que otro camión entraba en el campo. Todos corrían y pedían pan a gritos. Nos lo echaban. Los trozos tocaban las nubes y caían en el lodo. Nos lo comíamos con tierra, nos lo comíamos todo. Habíamos dejado el infierno y nos encontrábamos con otro. Estábamos defraudados. Muchos de entre nosotros enfermaron. Muchos murieron. Los enterraron en el mismo campo, en la arena. Nadie nos hacía caso. Nos encarcelaron. Nos abandonaron. Aparecieron otros inquilinos que se escondían debajo de las tablas: las ratas. No pegábamos ojo por la noche, las oíamos correr. Convivimos con ellas. Era una verdadera plaga, un asco en toda regla.
Papá se acostumbró a acostarse muy tarde. De noche, se iba a hablar con otros hombres, refugiados también. Lo único que oí eran estas dos frases: “hay que aunar las posturas” y “quemaremos el puente”. Un día, al amanecer, un hombre alto, fornido, se acercó a papá, sacudió el cuerpo yerto de frío y lo sacó del sueño. El hombre lo miró a los ojos unos segundos y le dijo:
– Las palabras tienen peso. La libertad es cosa de todos. Tienes que cumplir con tu papel.
No entendí nada. Papá sí. Me miró de reojo y agachó la cabeza sin mirar al hombre. Poco después, una lágrima corrió por una de sus mejillas. Sabía cosas que yo ignoraba. El hombre de las gafas prosiguió:
– A las tres de la madrugada, bajo el puente. La emboscada está preparada.
Papá se fue, no supe a qué hora, pero se fue sin darme un beso, sin explicaciones. Se fue como atraído por el deber y nunca regresó. Me dejó sin familia, sin padres, sin padre, sola. Todo tenía que cambiar. Los franceses me lo arrebataron. Los alemanes me lo mataron. Habíamos dejado el infierno y nos encontrábamos con otro.
Ahora sé que mi padre entró en la resistencia contra los alemanes, al lado de todos los que lucharon en la sombra. Se hizo guerrillero. Lo hizo para que Francia me ayudara a volver a casa, a España. Se ilusionó al ayudar a los franceses. Nuestra esperanza, tan ingenua, se hizo astillas después.
Texte écrit par Bel Bahloul
Correo electrónico : bel.bahloul@laposte.net
Febrero de 1939. | ||
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