Shan K’in Viejo y los Dioses.

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En una región de México llamada Chiapas, vive un pueblo : los Lacandones. La selva, su Madre, les da cada día felicidad y lo necesario para vivir. Los niños trepan a los árboles y tiran piedras a los cocodrilos, las mujeres se dedican a las tareas domésticas y los hombres, como manda la tradición, cumplen con su deber comunicando con el más allá.

Pero, hace muchos meses que todos esperan que caiga la lluvia para que los cultivos crezcan y den lo de cada año. « Todo se está muriendo », dicen unos, « hay que rezar más y pedir a los dioses que dejen de dormir », dicen otros.

Allí están los Lacandones reunidos debajo de su capilla hecha de paja. Todos, los ancianos, los jóvenes, incluso los niños rezan y repiten las mismas palabras : «te pedimos agua, sí, mucha agua, tenemos mucha fe en ti, sí mucha fe en ti, te adoramos, sí te adoramos, queremos que llueva, que llueva hasta el amanecer».

  Después de tres días de oraciones ardientes, nada pasa. Los jefes deciden ir a casa de Shan K’in Viejo. El hombre, cansado por el mucho vivir y por el mucho hablar con los niños, tiene los sueños más infinitos y ricos de los de su edad, unos cuatrocientos años según dicen. Para todos, es el guía espiritual, el que inspira a toda la comunidad, a los niños también. Nunca ha dejado de marcarles la senda del hombre cabal, del hombre cumplido. Hoy, lo único que hace es leer el mundo para intentar comprender los mensajes que sus antepasados le mandan. Come sin ganas, anda muy poco pero reza un montón.

Llegados a su casa, los jefes llaman a la puerta gritando su nombre con mucho respeto. Shan K’in Viejo no contesta. Duerme la siesta y los sueños lo han llevado a otra realidad, a otra verdad. Para él, los sueños hablan, te dicen cosas sobre la vida, te anuncian algo, te alejan de lo humano y te acercan a lo divino.

Shan K’in Joven entra a su casa y con mucha suavidad, intenta sacar del sueño al hombre dormido. El anciano abre los ojos y con mucha dificultad se dirige al muchacho : «todo está hecho. Me han dicho que todos, en el pueblo, andan preocupados. Un pájaro negro voló por encima de nuestras casas, me dijo palabras en maya y escupió. La lluvia está llegando». El hombre cierra los ojos y otra vez a soñar.

Nada más salir de la casucha del viejo, Shan K’in Joven clava los ojos en unas nubes oscuras que van cubriendo el cielo azul. «¡Ave de mal agüero!, seguro», dice para sus adentros. Siente enseguida que una amenaza se cierne sobre los suyos. Y de repente, el viento se echa a soplar y en un santiamén, todos los que han esperado delante de la casa corren a ponerse a salvo. Se desata una tempestad que asola el pueblo, derriba los árboles que lo sabían todo de los Lacandones, hace trizas muchas viviendas y se lleva consigo la casa del viejo Shan K’in que desaparece para siempre. ¡Madre mía!

Shan K’in Joven no se enfurece. Mira al cielo y a lo lejos nota que un ave negra se está acercando a lo que queda del pueblo. «Aquí viene la señal de los Dioses», dice para sí. El ave vuela por encima del pueblo, ave mensajera de la ira de los Dioses: los Lacandones no han demostrado paciencia. «Cuando se pide algo, hay que esperar» piensa el hombre que entiende el mensaje y pide a su pueblo que haga lo necesario para construir de nuevo lo que está por el suelo. «El castigo es positivo», dice Shan K’in Joven.

El ave negra cruzó el mundo de lo visible y se esfumó por los aires.

Texte écrit par M. Bel Bahloul

Correo electrónico : bel.bahloul@laposte.net

 

Shan K’in Viejo y los Dioses.
01 El relato. ppsbotton
02 Vocabulario. ppsbotton
03 Unas preguntas. ppsbotton
04  El documento del alumno. ppsbotton
05  Leer, buscar, contestar. ppsbotton
06 Traducir unas frases. ppsbotton
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