La casita del árbol.

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casitarbwpSoledad, sí, leía libros, muchos libros, se encerraba en su casita del árbol los fines de semana y pasaba horas leyendo novelas de amor, de suspense, de aventuras. Yo le preguntaba ¿no te aburres leyendo tanto? y ella me decía no, la vida de los libros es mucho más entretenida, me aburro cuando me quedo en la casa grande. Yo la admiraba por eso, Soledad era una gran lectora, sabía muchas cosas, sabía nombres de países, volcanes, guerras y ríos, aparte de los misterios del amor, mientras que yo apenas me sabía de memoria los nombres de la selección peruana de fútbol.

Soledad no me hacía el menor caso, yo era su hermanito menor que no leía nada y soñaba con ser futbolista y ella detestaba el fútbol, ese juego es para los tontos, decía riéndose de mí, no le interesaba el fútbol para nada y tampoco la televisión, en el internado tenían prohibido ver la tele y ella era feliz porque decía que, como el fútbol, la tele era también para los tontos, y quizás tenía razón, pero yo no podía leer sus libros, y entonces corría al jardín a jugar tiros al arco con Félix, mucho más divertido que leer los libros dificilísimos de mi hermana la intelectual, aunque en el fondo la admiraba todavía más, porque me parecía que ella vivía en un mundo inalcanzable (ici, ‘inaccessible’) para mí.

casitar2bwpSu libro más querido era Mujercitas. Soledad adoraba tanto ese libro que nunca me lo prestó, no me permitía tocarlo siquiera y tampoco lo dejaba en su cuarto, lo tenía escondido en su casita del árbol, a la que yo no podía entrar porque cuando ella se iba al internado quedaba cerrada con candado (‘cadenas’). Yo, por supuesto, traté varias veces de entrar a esa casita que era un misterio para mí. Le pedí a Félix que me ayudase a abrirla y él, buena gente, hizo lo que pudo, forzó con cuidado el candado, pero fue inútil, Soledad se llevaba la llave al internado, no era tonta, sabía que si la dejaba en su cuarto, yo me metería en su casita de todas maneras, ni siquiera las ventanitas las dejaba entreabiertas para dejarme espiar desde las escaleras los secretos que escondía allí dentro, donde, lejos de nosotros, era al parecer tan feliz.

Sólo una vez, un sábado en la tarde, que mis papás habían salido, Soledad me dejó no entrar sino apenas subir las escaleras y asomarme a la puerta de su casita, ella me había dicho siempre no, hermanito, ésta es mi casita y sólo entro yo, sólo miré, vi que había un colchón, libros en el suelo y, en la pared, fotos, muchas fotos y, aunque no estoy seguro porque vi muy rápido, creo que no había fotos de mis papás ni mucho menos una sola foto mía, todas eran fotos de ella, de mi hermana la princesa, que era y se sentía la más linda de la casa, así que, sintiéndome más hermanito menor que nunca, bajé las escaleras y no volvía a subir.

Jaime Bayly, Yo amo a mi mami, 1999.

 

La casita del árbol.
01 El relato.
02 Las 10 preguntas.
03 Unos ejercicios.

 

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