La curva de la muerte (I y II).

La curva de la muerte.

 

 

(Parte I).

Avanza el coche en la noche y de pronto, a lo lejos, aparece la figura de una autoestopista que va concretándose a medida que el coche se le acerca.

– ¿La cojo?

– Haz lo que quieras.

– ¿Y si es un atraco?

– ¿Y tú vas a hacer caso a toda la campaña sobre la inseguridad ciudadana?

– Bajo tu responsabilidad.

Frena el hombre y apenas se vuelve cuando la muchacha sube al coche y dice gracias. Confusamente ha visto que era rubia, joven, trata de comprobar sus rasgos a través del espejo retrovisor, pero la muchacha permanece en la penumbra de una esquina del coche.

– ¿Van a Barcelona?

– Sí.

– Yo también. ¿Les importa llevarme hasta allí?

– No faltaba más.

Pasan los árboles veloces, como escapando del descubrimiento de la luz. De pronto, la muchacha dice:

– ¡Cuidado, por favor, frene! Se acerca la curva de la muerte.

El hombre frunce el entrecejo, pero se ve obligado, en efecto, a frenar y a tomar con mucho cuidado una curva peligrosa en la que le resbalan las ruedas. Cuando la ha pasado, comenta:

-Pues, es verdad. ¡Vaya curvita! Menos mal que me ha avisado. Gracias.

Vuelve la cara sonriente y sus facciones pasan a expresar toda la perplejidad de este mundo. No hay nadie en el asiento de atrás.

– Neus, dice con voz grave.

– ¿Qué? Contesta su acompañante distraídamente.

– La chica se ha caído.

– ¿Qué chica?

– La que venía con nosotros.

Y frena hasta detener el coche. Neus ha vuelto y contempla sorprendida el vacío asiento trasero. El coche da marcha atrás hasta llegar a la curva. Se para. Descienden. Buscan entre los matorrales iluminados con los faros. Nada. Nadie. La pareja se mira entre el pánico y el alucinamiento.

Manuel Vázquez Montalbán, Historias de fantasmas.

 

¡Se acerca la curva de la muerte!
01 El texto. ppsbotton
02 Unas preguntas. ppsbotton
03 ¡Exprésate! ppsbotton

 

 

 

Ha desaparecido.

 

(Parte II).

– Me llamo Martí Capdevilla y vengo a hacer una denuncia.

– ¿Qué se le ofrece?

– Verá usted, la historia es increíble. Menos mal que no iba solo, que me acompañaba mi compa…, en fin, mi señora. Estaba a punto de llegar a la curva esa tan mala…

– La curva.

Hay cierta resignación en la voz del sargento.

– Sí, la curva.

– La curva de la muerte. Y le ha hecho autoestop una chica.

– En efecto.

– Rubia.

– Eso creo.

– Rubia.

Ratifica Neus sentada detrás de su compañero.

– Y usted le ha hecho caso. Ha frenado. Y cuando se ha vuelto para darle las gracias, ella había desaparecido.

– Tal como usted lo cuenta. ¿De qué se trata? ¿De una broma local? ¿De un número de fiesta mayor?

Se pone serio el sargento. Tira de un cajón y muestra al hombre un fajo de carpetas.

– Eso está lleno de historias como la suya. Siete. La misma muchacha. El mismo rollo. Y lo bueno es que esa muchacha descrita no puede aparecerse a nadie. Es imposible.

– ¿Por qué?

– Porque está muerta. Murió en un accidente, recién casada, allí precisamente, en la curva de la muerte. Y a estas horas ha criado una plantación entera de malvas. Pero no pasa mes sin que me venga alguien que la ha recogido en autoestop y bla bla bla, lo de siempre.

Manuel Vázquez Montalbán, Historias de fantasmas.

 

« … y bla bla bla, lo de siempre ».
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