Las galletas de la viejecilla.

Las galletas de la viejecilla.

Texto escrito por Priscillia VARGAS-HERNÁNDEZ, Costa Rica.

 

 

 

Y así comenzaba su día aquella viejecilla, en un pasillo de la estación: se dirigía a coger el tren de las nueve cuando de repente algo le llamó la atención, un paquete rojo, un último snack en aquella vieja máquina expendedora. ¡Vaya suerte! Ésas eran sus galletas favoritas.

Las irresistibles galletas debían ser suyas, así que sacó la única moneda que tenía en el bolso y la introdujo en la máquina. Cuando el snack estaba por caer en sus manos, sucedió lo inesperado: el paquete se atoró.

– ¡Madre mía!  ¡Estúpida máquina! pensó en ese momento la vieja cascarrabias.

¡Qué rabia! Pero, ella no se iba a dar por vencida así que, propinándole varios golpes a la máquina, logró liberar su preciada mercancía. Luego, la guardó en el bolso y se dirigió a un banco a esperar el tren, justo al lado de un chico pelirrojo, un jovenzuelo de mala pinta que escuchaba música rock a todo volumen mientras mensajeaba por teléfono.

Ella se sentó en el banco, al lado del paquete rojo. Muy decidida, lo abrió y de inmediato, se comió una galleta y cuando se disponía a tomar otra, súbitamente el pelirrojo se la arrebató. La viejecilla se quedó boquiabierta, no podía creer lo que ese chico le estaba haciendo. Lo miró con malos ojos, pero él parecía no entender su enfado, incluso aun habiendo apartado el paquete de su alcance, él le sonrió y volvió a comerse otra galleta.

Eso fue la gota que colmó el vaso. Para ella, el joven se había pasado de la raya. Entonces, se puso cabreada como una mona, roja como un tomate y de pie, justo frente a él y le espetó:

 – ¿Qué te pasa? ¿Acaso estés loco de remate? No puedes hacer eso, es mi comida y tú me la estás robando. ¡Son mis galletas!

El chico ni se inmutó.

– ¡Te repito que son mías! – insistió la viejecilla con una combinación de ira y perplejidad. ¡No le puedes robar la comida a una indefensa ancianita! Prosiguió.

La viejecilla se puso a cien ya que el chico no le hacía ni caso: iba a su bola como si nada, absorto en su música y sus mensajes. La miró pensando que no era más que una rabieta de una vieja loca.

Sólo quedaba una galleta, la última, y para colmo, el chico la sacó del paquete a tragársela, lo cual pilló a la anciana de sorpresa. Entonces, empezó una lucha reñida para llevarse la última de las galletas y los dos se vieron enzarzados en un tira y afloja que terminó con la victoria del joven.

Le echó un vistazo a la anciana, miró la galleta y en un gesto de generosidad, la partió por la mitad, un trozo para sí y el otro para ella. Eso enfureció aún más a la mujer que hizo trizas el trozo que él le había dado. El tren había llegado y la viejecilla, enojada, se fue a subirse al tren no sin antes mirar de reojo por última vez a ese mal chico pelirrojo.

Ya en el tren, se sintió más malhumorada que nunca. Llegó el revisor a picar su boleto y al abrir el bolso, ella encontró un paquete rojo: sus galletas. Cayó en la cuenta de que había metido la pata: se comió lo que no era suyo. Le apenó haber juzgado al chico tan injustamente.

¡Vaya lección aprendió la vieja cascarrabias!

 

 

 

‘Las galletas de la viejecilla’.
01 El relato de Priscillia. ppsbotton
02 Unas preguntas. ppsbotton
03 El documento de trabajo. ppsbotton
04 El vocabulario. ppsbotton
05 Unas frases. ppsbotton
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