El hombre del bosque…

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La naturaleza es a la vez un libro abierto, un diccionario y un poema que se canta.

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Un pasado pesado…

No suelo andarme por las ramas: el hombre se ha hecho hombre a espaldas de la naturaleza. Ha crecido descuidándola, explotándola, destruyéndola. Por eso, digo que es un asesino en toda regla. Yo le echo la culpa a nuestros padres, a nuestros antepasados que nos transmitieron valores poco respetuosos de la tierra. Nos dieron la receta equivocada y la verdad es que nos han metido en líos muy gordos. Veo nuestro pasado como un lastre para nuestro futuro. Ya no podremos quitarnos de encima nuestros modos de vida que siguen dañando el entorno.

Intento tener la vista puesta en el futuro, pero creo que me estoy ilusionando al pensar que vamos a cambiar. Ya sé que lo nuestro depende de la relación que tenemos con nuestra madre, la naturaleza, pero corren malos tiempos para ella.

 

Está de hinojos…

El hombre le está chupando la sangre desde hace mucho tiempo y no se da cuenta de que le está quitando la vida. La está agotando al hilo de sus apetencias. La cosa no pinta bien. El hombre en el que nos hemos convertido es una birria: le saca materias, energía, fuerza, la maltrata, la debilita, le hace daño con tanta violencia que cada segundo, echa a perder una parte de ella. Muchas especies van desapareciendo, se derriten los glaciares, se calientan las temperaturas. El planeta nos da señales de su sufrimiento, pero nosotros pasamos de todo. Pasan los días y seguimos igual.

No vemos tres en un burro: nos enfermamos por los gases que echamos, nos morimos por los productos que tragamos o que tiramos por doquier, perjudicamos la salud por nuestro afán de riquezas… ¡Ay de nosotros!

Me está entrando miedo. En la tele, nos meten el mismo rollo : ¡Cuida de tu bienestar, de tu felicidad, de tu comodidad, de tu riqueza! No tienen ni la menor idea de lo frágil que es el planeta. Nos mueven a consumir a todo meter y nos prohíben pensar en el día de mañana. Ellos son unos embusteros. ¿Quién no se ha dado cuenta de que el hombre está echando barriga mientras el planeta se hace cada día más endeble? Perdemos el culo por parecer más guapos, más ricos, más poderosos y nuestros malditos modos de vida socavan cualquier idea de futuro para la naturaleza. Ya es hora de echar cuentas.

Me quedé en el bar de al lado hasta las tantas pensando en eso y acabé tomando una decisión que iba a dar un giro a mi vida. No deseaba hacer las cosas a medias. Al día siguiente, lié el petate y me fui.

 

Vuelta hacia las raíces…

Huí selva adentro. Corté el contacto con los míos y tenía que encajar con ella, deslizarme entre sus múltiples formas de vida. Al principio, no lo tuve muy fácil. Las pasé canutas para encontrar algo de comer. También me costó acostumbrarme a tanta soledad y también a tanta presencia. Me sorprendí viendo que tiritaba. En medio de esa naturaleza, hacía un frío de mil demonios, pero lo vi como una prueba de fuerza, como un reto. Volver a lo pasado, a lo sufrido, ni hablar.

Me llevé un susto de muerte al ver que los pantalones que solía llevar se me hacían cada día más anchos. Me extrañé al comprobar que la vida de las plantas y de los animales pendía de un hilo en esa naturaleza. Todo era ritmo efímero, equilibrio frágil, aliento espontáneo. Me maravillé al percibir que ella llevaba por dentro un sentido agudo de la armonía, de la estructura, del orden. Aprendía un montón cuando me apretaba en ella. Me daba energía, estimulaba mi sensibilidad, me abría caminos para entenderla. Nació cierta familiaridad entre nosotros. Me sentía como cómplice de su desarrollo.

Yo iba con mucho ojo para no dejar rastros humanos en las rendijas de su crecimiento. Me afanaba por mezclarme con el entorno que me rodeaba, un entorno en movimientos : cantaban los pájaros, susurraban los arroyos, crujían las ramas, crecían las plantitas. Oía sus ruidos, escuchaba su respiro, sentía sus silencios como una energía sigilosa. Veía que todas las cosas estaban emparentadas por una fuerza que fluía a través de ellas. Me deslicé entre las plantas, me junté con las ramas de los árboles, me relajé entregándome y pegado a la tierra, sentí de repente que una especie de calor me recorría las espaldas, las piernas, el cuerpo, el alma e iba desapareciendo. Era un elemento suyo. Percibía los latidos de la tierra, su impulso, su energía y el cariño abundante y cálido que me estaba dando. Me olvidé de mí mismo…

 

Texte écrit par M. Bel BAHLOUL

correo electrónico: bel.bahloul@laposte.net

 

« Era un elemento suyo ».
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