Era artista, y más precisamente pintor y lo único que le agradaba (lui plaisait) era decir a la gente que le daba la espalda al mercado. “Soy libre, más libre que un pájaro, libre como el viento”, decía. “Pinto lo que se me antoja (ce que bon me semble). Nadie me dice lo que tengo que hacer, eso es vivir. Soy el artista del viento”, repetía al que lo mirase pintar en la calle. A Alonso de Miranda le aterraba (le terrifiait) lo de pintar para los otros o bajo encargo. Sólo sacaba sus pinceles cuando estaba inspirado.
El artista aparentaba muchos más años de los que tenía, llevaba vestimentas desaliñadas (ici, vêtements chiffonnés) y sucias (sales). Cada día, de buena mañana, iba al centro de la ciudad, a instalar sus obras para todo el día. Vivía en la calle, dormía donde hacía calor y lo veíamos, siempre con dos bolsas desgastadas que arrastraba (traînait) con esfuerzo. Lo del día a día lo llevaba haciendo tanto tiempo que ya lo cansó. Para ganarse la vida, vendía algún que otro cuadro pero nunca le alcanzaba el dinero para comprar los colores que necesitaba. Esparcía las pinturas por la acera (le trottoir) y contaba pues con aquel transeúnte (piéton) que, emocionado por lo que enseñaban, le echara alguna que otra moneda al plato que él había colocado al pie de su caballete (chevalet).
Yo conocía a Alonso de Miranda de mucho tiempo atrás. Llevaba muchos años viviendo en las calles de Madrid y muy a menudo, me agachaba a admirar sus obras. Producían tristeza, malestar, incertidumbre al que las mirase. Ninguna de ellas te dejaba sin habla. Te removían algo en el cuerpo y siempre salías algo cambiado después de haberlas contemplado. Las dejabas atrás y siempre te volvían a la mente (revenaient à l’esprit).
Al pintor le salían muy caras las aguadas y a veces cuando carecía de ellas, no pintaba y ahogaba (noyait) su inspiración empuñando la botella del vino malo que siempre le acompañaba. ¡Cuántas veces tuvo que vaciar botellas para calmar la extraordinaria inspiración que animaba sus pequeños dedos lastimados (abîmés) por el mucho pintar! ¡Cuántas obras no pudieron ver la luz por falta de dinero! Tenía el alma repleta (pleine) de pinturas que esperaban materia para salir al día. ‘Soy libre, soy más libre que un pájaro’ decía sin parar, pero todo dependía de ese mal dinero, siempre ausente y cada día ansiado (désiré fortement), que lo atenazaba (tenaillait) y encerraba sus obras en lo más hondo de su ser.
Un día en que le sobraban las ganas (était submergé par l’envie) de pintar, se echó a llorar. Sentado en el suelo, apoyada la cabeza en las manos, miraba a la gente que pasaba indiferente, apresurada, lo de siempre. No podía pintar lo que tenía en el alma y otra vez por lo caras que eran las aguadas. Sus manos, empeñadas en crear, se echaron a temblar. Acabó de un trago (d’un trait) el poco vino que le quedaba y yo lo vi triste, tiritando (grelottant) a más no poder, dominado por el fuego de la creación que hacía de él un títere (un pantin) desarticulado. Me dolió mucho verlo tan sacudido (secoué) por las ansias (l’envie forte) de crear, tan desbordado por las ganas de pintar.
Se le acercó una mujer. Llegó como agua de mayo (au bon moment). Se puso en cuclillas (s’accroupit), alargó el brazo y le acarició (caressa) el rostro. Alonso de Miranda sintió el calor de la mano que le recorría la cara, cerró los ojos empapados de pena y se dejó llevar por la suavidad del gesto lento, generoso y agradable de la mujer. Le secó las lágrimas (les larmes) con el dedo y se sentó delante de su caballete. La mujer abrió su bolso, sacó de él unas cuantas aguadas y empezó a descubrirse el hombro (l’épaule) izquierdo que adelantó hacia el pintor. Tomó postura (prit place) mirando una de las obras que el hombre había dejado en el suelo.
Alonso de Miranda abrió los ojos. Las lágrimas le dejaron la cara hecha una pena. Permaneció largo rato contemplando la piel morena de esta criatura tan delicada y de golpe, volvió a la realidad. Arrancó con rabia (arracha avec rage) las aguadas de las manos de la mujer, agarró uno de sus numerosos pinceles, preparó la pintura en su paleta y, por fin, se dejó llevar por la corriente creadora que le había invadido el cuerpo. Le salía el duende (l’inspiration) por las rendijas de la mano (les lignes de la main) y al cabo de unos minutos, empezó a sonreír. El sol iluminaba el rostro del pintor, un rostro en el que ya no quedaba ni rastro (trace) de su tormento. Me sorprendió verlo tan feliz.
Texte écrit par Bel Bahloul
Correo electrónico : bel.bahloul@laposte.net
Arte, dinero y vino. | ||
01 | El relato. | |
02 | Vocabulario. | |
03 | Unas preguntas. | |
04 | El documento del alumno. | |
05 | Leer, buscar, contestar. | |
06 | Traducir unas frases. |
¡Qué historia tan bonita! Un montón de gracias. Lo he pasado estupendo leyendo este relato.